Esta garcilla bueyera (Bubulcus ibis) descansaba esta mañana en esta baranda de madera habilitada en el paseo fluvial de Mérida, a orillas del río Guadiana a su paso por la ciudad. La colonia de cría que podemos observar en la isleta del Puente Nuevo cubre de un albo manto la vegetación, siendo un bonito contraste para una civilización como la nuestra, que a menudo da la espalda a la vida salvaje. Esta pequeña garza es originaria de África subsahariana, pero en su momento cruzó el estrecho y colonizó buena parte de la Península Ibérica, desevolviéndose a sus anchas en nuestras dehesas siguiendo al ganado para alimentarse de los invertebrados que vacas y ovejas ahuyentan al pastar. Lo mismo hacen en las llanuras del Serengeti junto a cebras, elefantes y rinocerontes. Y nuestros encinares, al fin y al cabo, no son muy distintos a las sabanas del este de África, con la diferencia de que estas son un bioma natural y aquellas un paisaje modelado por el hombre.
Este ejemplar ya apunta ligeramente el plumaje de celo, tal y como podemos ver en el aún leve color marrón de su cabeza.
Según el anuario ADENEX Extremadura cuenta con unas 16 colonias con una población que oscila entre los 9.000 y 35.000 individuos.
El éxito de esta especie se debe a su capacidad para ocupar agroecosistemas o paisajes culturales con una fisonomía parecida a la de sus biotopos originarios, viéndose igualmente favorecida en las extensiones de regadío de las Vegas del Guadiana
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