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miércoles, 24 de septiembre de 2014

Cuadernos de campo II





En aquellos cuadernos de campo se reflejaba por vez primera el avistamiento de un arrendajo y de un alcaudón común, se mostraban los seguimientos de los estanques donde se refugiaban varias especies de anfibios y se anotaban descripciones de aves que no podía reconocer, con el objeto de poder ser identificadas a posteriori; también tomaba bocetos sobre plantas, recordando especialmente aquellos donde escribí notas sobre los quejigos y las zarzaparrillas. Era una época donde el sapillo pintojo era frecuente en los tramos de agua que circundaban la localidad - hoy es una especie rara, pues los avistamientos han sido casi nulos desde hace más de veinte años- .
Me llena de nostalgia y risa sana observar cómo confundía un verdecillo con un ¡escribano cerillo! y como, en un principio, llegué a identificar a los sapillos con la rana bermeja, anuro inexistente en la Iberia mediterránea, pero el hecho es que de aquellas experiencias inolvidables surgió una pasión indeleble, la de conectar con la naturaleza, la de querer saber más sobre el mundo vivo. También capto en ellos alguna que otra falta de ortografía, propia de un niño de 13 o 14 años que estaba formándose poco a poco con los recursos de su limitada inteligencia, pues nunca fui un estudiante brillante pero, eso sí, me entusiasmaba con lo que hacía.





Recuerdo el paraje, en la finca "La Aceña" de Fregenal, donde por vez primera observé al pequeño chochín, maravillosa imagen de aquel liliputiense que escudriñaba entre la espesa maleza. La silueta de ese pajarillo que tanto tiempo contemplé ojeando libros estaba allí. Viva. Inolvidable también el primer avistamiento del arrendajo, córvido forestal habitual en la espesura de unas huertas con abundantes setos y frutales. Retengo también en la memoria el primer avistamiento de un alcaudón común y el de un trepador azul golpeando el tronco de una encina en una dehesa de la finca "El Cabezo". Todo quedó reflejado en esos cuadernos inolvidables.
El sapillo pintojo occidental (Discoglossus galganoi) era tan abundante, hasta primeros de los noventa, en los tramos de los arroyos que circundan el casco de Fregenal, que era común caminar y observar cómo numerosos ejemplares saltaban a tu paso. En una ocasión llegué a observar el morfo con el diseño rayado, menos común que el que exhibe la librea amarronada.

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