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viernes, 26 de septiembre de 2014

El sapillo pintojo regresa a los arroyos frexnenses


Sapillo pintojo occidental (Discoglossus galganoi); Fregenal de La Sierra (Badajoz), 26 septiembre 2014

Hábitat de la especie; Fregenal de La Sierra (Badajoz)


El sapillo pintojo occidental (Discoglossus galganoi) en un anfibio presente en la mitad occidental de la Península Ibérica, estando muy emparentado genéticamente con otras especies presentes en Iberia como D. pictus y D. jeanneae, de los cuales es prácticamente indistinguible si no analizamos el ADN en laboratorio, de hecho, hasta hace poco todo el complejo del género Discoglossus en Europa se agrupaba en una sólo especie.

Su fisonomía es muy parecida a la de las ranas, pertenecientes a otra familia. Su piel lisa, sus hábitos acuáticos y saltadores y su hábitat, en muchas ocasiones coincidente con el de la rana verde común, provoca a menudo tales confusiones, sin embargo, una serie de detalles anatómicos nos revelarán que estamos frente a unos anuros diferentes: la carencia de los típicos pliegues dorsolaterales de las ranas, la pupila en forma de corazón,  la menor amplitud de las membranas natatorias en las extremidades traseras y su lengua, la cual no puede extender para capturar a sus presas, son los rasgos que denotan que estamos frente a una especie de la familia de los discoglósidos, palabra compuesta que significa “lengua en forma de disco”.

El hábitat típico de los sapillos pintojos en Fregenal de La Sierra (Badajoz), donde la detección de la especie era mucho más fácil hace un cuarto de siglo, lo hallábamos en las pequeñas corrientes de agua limpia con mucha vegetación, especialmente con abundancia de berros e hierbas altas en los márgenes donde poder ocultarse de los depredadores. Son muy acuáticos, de ahí que su fisonomía, por convergencia adaptativa, recuerde bastante a la de las ranas. Suelen salir al paso cuando nos acercamos a la vegetación próxima al agua y, aunque ágiles, son menos rápidos que las ranas, lo cual ayuda a identificarlos mientras emprenden la huida saltando.

Una de las causas de la evidente disminución de su población parece ser debida a la introducción del cangrejo americano (Procambarus clarkii), el cual devora sus puestas y renacuajos, aunque también el deterioro de los arroyos y charcas donde habita (Prieto, J.P.; Prieta, J. Catálogo regional de Especies Amenazadas de Extremadura, Fauna I, Junta de Extremadura, 2010, pp. 143)

Después de varios lustros sin dar señales de vida en los tramos de los arroyos de esta localidad pacense, vuelven a observarse donde antaño eran abundantes. Siempre es grato comprobar que una especie regrese a parajes donde se la dejó de observar durante largo tiempo.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Cuadernos de campo II





En aquellos cuadernos de campo se reflejaba por vez primera el avistamiento de un arrendajo y de un alcaudón común, se mostraban los seguimientos de los estanques donde se refugiaban varias especies de anfibios y se anotaban descripciones de aves que no podía reconocer, con el objeto de poder ser identificadas a posteriori; también tomaba bocetos sobre plantas, recordando especialmente aquellos donde escribí notas sobre los quejigos y las zarzaparrillas. Era una época donde el sapillo pintojo era frecuente en los tramos de agua que circundaban la localidad - hoy es una especie rara, pues los avistamientos han sido casi nulos desde hace más de veinte años- .
Me llena de nostalgia y risa sana observar cómo confundía un verdecillo con un ¡escribano cerillo! y como, en un principio, llegué a identificar a los sapillos con la rana bermeja, anuro inexistente en la Iberia mediterránea, pero el hecho es que de aquellas experiencias inolvidables surgió una pasión indeleble, la de conectar con la naturaleza, la de querer saber más sobre el mundo vivo. También capto en ellos alguna que otra falta de ortografía, propia de un niño de 13 o 14 años que estaba formándose poco a poco con los recursos de su limitada inteligencia, pues nunca fui un estudiante brillante pero, eso sí, me entusiasmaba con lo que hacía.





Recuerdo el paraje, en la finca "La Aceña" de Fregenal, donde por vez primera observé al pequeño chochín, maravillosa imagen de aquel liliputiense que escudriñaba entre la espesa maleza. La silueta de ese pajarillo que tanto tiempo contemplé ojeando libros estaba allí. Viva. Inolvidable también el primer avistamiento del arrendajo, córvido forestal habitual en la espesura de unas huertas con abundantes setos y frutales. Retengo también en la memoria el primer avistamiento de un alcaudón común y el de un trepador azul golpeando el tronco de una encina en una dehesa de la finca "El Cabezo". Todo quedó reflejado en esos cuadernos inolvidables.
El sapillo pintojo occidental (Discoglossus galganoi) era tan abundante, hasta primeros de los noventa, en los tramos de los arroyos que circundan el casco de Fregenal, que era común caminar y observar cómo numerosos ejemplares saltaban a tu paso. En una ocasión llegué a observar el morfo con el diseño rayado, menos común que el que exhibe la librea amarronada.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Cuadernos de campo... recuerdos, sensaciones





“Nuestra vida moderna está basada en gran medida en las apariencias, en lo superfluo, en la fachada. Vivimos en el mundo del espectáculo y de la anécdota. Casi todo lo que nos rodea tiende a provocar emociones epiteliales. Se va a lo inmediato y cada vez se exige una mayor velocidad en la autocomplacencia, precisamente para paliar en parte lo vacío y falso del sistema. Ha quedado por completo desplazada la posibilidad de reflexionar, de disfrutar pensando, sintiendo, simplemente viviendo. Pero todavía hay algo que puede provocar sensaciones profundas: me refiero a la contemplación. A ese modo de mirar que no exige particulares esfuerzos intelectuales o una sensibilidad especial”

JOAQUÍN ARAÚJO, España Herida






¿Por qué la anterior cita para hablaros de los cuadernos de campo?

Nuestra especie se jacta de haber levantado inmuebles y obras de ingeniería colosales, de haber modificado los biomas salvajes hasta hacerlos, en muchas ocasiones, irreconocibles, de haber llegado a la luna, de lanzar satélites artificiales. No obstante, nada de eso implica que estemos fuera de las leyes naturales que hicieron de este planeta un lugar rico en biodiversidad, traducida en formas, colores y sonidos generados por las numerosas especies que habitan en cualquier rincón del globo.

La naturaleza, sí… el espectáculo más asombroso que puede mirar el hombre, como dijo Don Gregorio, aquel inolvidable maestro retratado en la película “La lengua de las mariposas”, interpretado por un genial Fernando Fernán Gómez. ¿Qué nos da la naturaleza? Tanto, que hasta los que la detestan acabarían sumidos en la oscuridad y la melancolía sí desapareciera de sus vidas o se viera minimizada. En primer lugar, todo naturalista, aficionado o profesional, sabe que lo primero que genera la vida silvestre es sensibilidad. El contemplar cómo la vida trata de abrirse paso, por doquier, generando diversas versiones hasta alcanzar el paroxismo, a través de esta o aquella ave, un insecto, las ranas que animan con sus coros el estanque, las setas que se abren paso tras las lluvias de otoño, proporciona al que no da la espalda al campo y sus cosas una sensación de respeto hacia la vida, lo cual se traduce en una mayor necesidad de ser un poco mejor también con tus propios semejantes. La principal fuente de inspiración de las artes está en la naturaleza. Machado, con sus Campos de Castilla y Beethoveen con su sexta sinfonía, donde el fagot reproduce el canto del cuco, son sólo dos perfectos ejemplos de esta máxima.



La naturaleza inspira también iniciación a la curiosidad, a la necesidad de saber, y la curiosidad científica comienza, muchas veces, con la contemplación de la propia vida. El mundo salvaje nos ayuda a ser más humildes, a entender realmente quiénes somos, de dónde venimos y hacia donde vamos, pues sólo reconociendo que formamos parte de una larga cadena donde el Homo Sapiens se ha incorporado tarde y a la vez intentando saltarse las leyes que nos rigen, habrá esperanzas para cambiar nuestro torcido rumbo. A través de la inmensidad de la taiga, de las verdes dehesas extremeñas, de la multitud de flores de una pradera y de la cacofonía de sonidos que vienen de la selva ecuatorial, es como mejor se llega a la conclusión de lo tremendamente estúpidos, agresivos y tóxicos que somos como especie... y al mismo tiempo de lo maravillosos que podríamos ser si camináramos por otros derroteros. La naturaleza, además, nos proporciona la base para hallar los principios activos con los que luchamos contra enfermedades, los recursos que nos permiten sobrevivir, el oxígeno que respiramos y los alimentos que tomamos. Todo eso nos da la biodiversidad, a la que tan poco crédito damos. Y tú, sencillo naturalista de a pie, con tus prismáticos y tu cuaderno de campo, recoges momentos únicos, donde la simple contemplación y registro te proporciona a ti, a las personas que te rodean y los que vengan después, la oportunidad de sonreírle a la vida, entremezclando poesía y rigor científico, aunque sólo seas un aficionado que se limita a clasificar y conocer palmo a palmo, desde el empirismo acumulativo, los ecosistemas de tu entorno. Es mucho lo que rezuma un cuaderno de campo, te llevas en él la experiencia de la contemplación, la paz interior, la agudeza del observador, el gusto por la ciencia y el deseo de decirle a los poderosos, pero ¿no os dais cuenta lo maravilloso que podría ser el mundo si os olvidaseis de amasar, de tener, de envidiar?
Mis primeros cuadernos de campo se remontan a 1985 y 1986, cuando no era más que un niño que recorría con ilusión el Camino de Las Huertas de La Ribera y El Cabezo, en mi Fregenal natal; parajes llenos de setos, pastizales, frutales, hiedras, chopos, muros cubiertos de musgos; lugares donde por primera vez observé a la tarabilla común, el trepador azul, el arrendajo, el chochín, la curruca capirotada; donde me deleitaba observando ranas, sapillos pintojos, culebrillas ciegas, donde tomaba notas y bocetos de las plantas y setas que observaba. A veces pienso que todo naturalista debería dedicar algunas de sus sesiones de campo a patear un paraje, sólo con su cuaderno, su lápiz y sus prismáticos y no parar de mirar aquí y allá… un escarabajo, los frutos maduros de la zarza, las aves que devoran los frutos maduros del caqui… todo. Y no creo que la mejor fotografía supere en emoción a cómo palpitaba nuestro corazón al descubrir el reguero de vida que se pierde en cualquier paraje… no hace falta irse lejos. Quisiera compartir con todos vosotros esos momentos mostrándoos algunas páginas de aquellos cuadernos de campo que van entrando en la senectud.


viernes, 5 de septiembre de 2014

Verderón común


Verderón común (Carduelis chloris)
Huyendo del calor, este ejemplar se acerca a beber a la charquita de Montánchez (Cáceres), 4 de septiembre de 2014

Escribano soteño



Escribanos soteños (Emberiza cirlus) en Montánchez (Cáceres), 4 de septiembre de 2014

Los escribanos son, generalmente, aves de un tamaño algo superior al de un gorrión, perteneciendo a una familia específica: los emberícidos. Todos se reconocen por la estructura de su pico, en el que destaca la desproporción entre la mandíbula superior, más fina que la inferior, sobresaliendo ligeramente en forma de pequeño gancho, una adaptación para un régimen alimenticio mixto, pues ingieren tanto semillas como insectos.  Los machos suelen lucir llamativos plumajes durante el celo, siendo las hembras discretas, de plumaje críptico.

En Europa hay un buen número de especies y el que aparece en la fotografía es el más habitual en la geografía ibérica, especialmente en la mitad sur. El macho en la época de celo luce una cabeza negra con llamativas bandas transversales amarillas, librea que desaparece tras la época de cría.

Consulto el Anuario ADENEX 2001-2003 y constatamos que, a pesar de ser una especie frecuente, está presente en menos del 20 por ciento del territorio regional, eligiendo como biotopos los bosques húmedos, los sotos, dehesas, olivares y campiñas.